Ando sola, con mi mochila como única compañía. Ando observándome y observando.
A veces creo que el lugar al que llegué es ese lugar en el que estaré establecida un tiempo. De pronto, dejo de prestar tanta atención y me sumerjo en un mar de ilusiones e ideas a desarrollar en mis próximas semanas.
De pronto, algo me recuerda que he dejado de observarme, de sentir de veras lo que está pasando.
A veces llego a un lugar simplemente para aprender que ya no quiero estar en sitios como ese. Entonces, cuando me doy cuenta de que he dejado de observarme
algo pasa,
y De pronto,
ya no puedo evitar seguir mi rumbo.
Una vez sé que se acabó mi tiempo en tal o cual lugar,
ya no hay marcha atrás, ya no puedo negarlo, ya no puedo parar.
Y, así es, como ando de un lugar a otro, sin rumbo marcado.
Me guían mis sentidos, mi intución, mi Espítitu.
Unos dirán que Dios, otros que la Gracia, otros que Buda, o El Gran Espíritu.
Solo sé que todos esos nombres son Uno, y ese Uno es quien está en mí y me lleva
de su mano, anda ante mi, sobre mí, a mis espaldas, bajo mis pies. Anda conmigo, en mí.
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