México

EN EL OMBLIGO DE LA LUNA 

México es el país que más me ha impactado, en él encontré lo  más bello que han visto mis ojos hasta el momento, y también las realidades más duras a las que me he enfrentado. Llegué con ilusión, con entusiasmo por conocer un lugar lleno de misterios, al que me había acercado a través de los libros, de la gastronomía, de las fotos, de la música, y de las historias vividas por personas que me había encontrado en el camino de mi vida.

Llegué llena de expectativas y poco a poco fueron cayendo una tras otra, en muchos momentos me vi dominada por el miedo. Elegí vivir en la Sierra de Zongolica, entre las comunidades indígenas de la zona, para asistir a un programa universitario especializado en el medio rural, me maravillé por la calidad del profesorado, me impresionó la fuerza de voluntad de algunos y algunas de mis compañeros/as de estudio; sus condiciones económicas y familiares, su esfuerzo por acudir a la universidad atravesando senderos entre las montañas por horas, para poder atender las clases. Una de las asignaturas que me cautivó fue Cosmovisiones, por su contenido y por el entusiasmo de Cuauhtémoc , por su forma de transmitir los contenidos, por su paciencia infinita al escuchar a quienes buscaban descifrar el significado de aquellas palabras que el alumnado no entendía, jamás vi usar tanto un diccionario, y menos con tanto entusiasmo, aquella materia para mí fue transformadora, más por la forma que era impartida que por sus contenidos, que verdaderamente eran fascinantes para mí. Otra asignatura que me generó gran impacto fue la impartida por Marcela y Claudia, no recuerdo el nombre, tan sólo momentos, palabras, experiencias, y la primera sesión que tuve con ellas, meramente por la anécdota de bienvenida; en el momento que las maestras dijeron "párense para comenzar", yo paré de hacer lo que estaba haciendo, mientras que el resto se levantó.

Tenía en mi mente imágenes estereotipadas del México de los comerciales, el de las revistas turísitcas y los documentales sobre mayas y aztecas, me venían a la mente las rancheras de la niñez en casa de mi tia, los sombreros de mariachi, el sabor picante  y las playas del Caribe. Asomaban por mi mente las leyendes de Quetzalcoalt y de Malinali, todo eso y mucho más venía a mi mente. Allí descubrí algunas de esas cosas y otras muchas, paseé por Atlawitzía, me empapé de pies a cabeza en cuestión de segundos en las cuevas cuyo nombre no recuerdo cerca de San Cristobal de las Casas, andé descalza en la Selva, comí tortitas de millo en la casa de un señora que nos acogió con un sencillo, humilde y delicioso almuerzo, honrando así a la vida, siendo generosa con el caminante. Pillé la fiebre tifoidea y estuve entre baño y cama durante 15 días, hasta que pude salir de donde me encontraba para acudir a un médico que me ayudara a combatir la bacteria que andaba torturándome; disfruté del calor de personas desconocidas que me acompañaron durante la enfermedad y aportaron un poquito de calma y luz en esos días de dolores intensos y falta de energía. Y agradecí la entrega, y así me entregué yo a quienes luego me necesitaron en el camino.
Intentaron manipularme para cruzar la frontera Guatemalteca, iba al encuentro de una doctora indígena, que trabajaba con comunidades de mujeres en las altas montañas, no pude pasar, un "papelito" insignificante para mí se extravió, y a cambio de dejarme pasar me pedían dinero, si no pagaba, me dejarían pasar también, pero no volver, y no podía correr aquel riesgo, estaba becada, disfrutando del periodo de vacaciones, tenía que volver sí o sí, y sí, volví, en la misma guagua que me acercó a la frontera regresé a Sancris y entonces fue cuando caí en manos de la tifoidea que antes conté.



Quienes me iba encontrando se tomaban su tiempo para hablarme de sus realidades, comencé a familiarizarme con  nombres como mexicas, olmecas, toltecas, huicholes; un sin fin de comunidades indígenas rebozantes de sabiduría y fuente de misterios de gran interés para antropólogos, etnólogos e historiadores, además de para todas aquellas personas que sueñan con realizar las aventuras descritas por Castaneda en esos  otros paralelos.

Sobre los toltecas había leído, y me fascinaba. Científicos artistas. Don Juan, Florinda, Taisha Abelar, personas aventajadas que lograron contactar con la fuente del conocimiento en el desierto de Sonora. 
Real de 14, la cuna de los viajes con mezcalito, destino de hippies, pijipis y bohemios aventureros/as en busca del abuelito.


Foto: Tortillas en la Sierra de Zongolica. Tirsa Alonso

¿Qué otros nombres, imágenes, olores, sonidos... te vienen al nombrar México? A mí vuelven una y otra vez sus bebidas exóticas para paladares occidentales como el mezcal; los licores de tan variados sabores y colores, aquel licor de base de caña de azúcar cuya pronunciación no recuerdo, sonaba a algo así como "posh". Las agüitas de sabores como la de limón, guayaba y la de rica flor de jamaica, esas refrescantes y azucaradas bebidas que hacían de mis tardes en la casita de madera momentos de puro goce. Pulke o pulque, bendita bebida de millo fermentado, me decían "antes, en las épocas de sequía la gente solo bebía pulque porque no había agua, así se la pasaban las mujeres trabajando en las casas y las tierras, viendo y hablando lo que otros no eran capaces de percibir". El mole cocinado con plena conciencia y deleite, como si de una poción mágica se tratase, cacao puro combinado con especies como el chili y otras tantas, que generación tras generación sigue protagonizando la cocina mexicana.

Las Pirámides de Cempoala, el Tajín, Palenque, toda la costa del Yucatán.... los secretos escondidos en las tierras del Golfo de México, innumerables tesoros aún no descubiertos que yacen bajo tierras cultivadas de millo, café y plátano. Cocos, cocos y cocos por todas partes, con chili, con limón o solos, abiertos al instante por machetes en manos endurecidas.

Los novios petrificados que reciben a los viajeros al entrar al Distrito Federal desde Puebla, Don Goyo y su amada Iztaccihuatl que tras sus desencuentros dejan el miedo sembrado en la ciudad y parte del país por el temblar de sus corazones rotos.

México lindo y querido... México amado... México mágico.

México doloroso también, ondas radiofónicas que ensordecen nuestros oídos cuando en las mañanas comienzan los noticieros y llegan los números de quienes han perdido la vida por el narcotráfico, por la violencia en la frontera norte, por los miles de desaparecidos, por los niños vendidos, por los órganos robados, por la corrupción que marca de lado a lado a esa tierra tan bella, luces y sombras que no dejan indiferente ni tan siquiera a quien hace escala en sus aeropuertos.

"Padecemos la maldición de Malinche" me decía un gran amigo mexicano descendiente por línea paterna de una cultura condenada a la muerte, natural de Apatzingán, dueño de unos ojos que habían visto el terror y surrealismo de una tierra sin leyes. 

Fuente: http://malinche.info

Malinche la maldita, la que dicen vendió a su pueblo por amor, la que traicionó y fue traicionada por aquel al que ella deseó como marido. La mujer de Cortés. Cuenta Laura Esquivel en su novela Malinche, que tal era su sufrimiento que un día subió a una colina para ella sagrada y jamás volvió, dejando detrás a sus hijos y esposo. Malinalli. 


El hombre es dueño de su destino, y su destino es la Tierra  y él mismo la está destruyendo hasta quedarse sin destino.- Fida Kahlo


Amurallar el propio sufrimiento solo sirve para que te devore desde el interior.- Frida Kahlo

México, país de acogida de Chavela Vargas, mujer valiente, decidida. 
México, cuna de Frida Kahlo, descendiente de migrantes europeos; también tierra de acogida de Elena Poniatowska, famosa entre las famosas por sus obras comprometidas cuya crítica social nos muestra otra perspectiva mucho más interesante que la que podemos encontrar en documentales centrados en la captación de turistas, esos que nos hablan de un México actual centrado en el agua de coco, las visitas a los corales y la falta de recursos de la población indígena.

Foto: Sierra de Zongolica, 2010- Tirsa Alonso

¡Cómo no admirar un país que pare, cría y acoge a celebriades como las nombradas!,  a ún país que da cabida a comunidades tan variopintas y ricas en tradiciones, a esas tierras repletas de recursos y bellezas naturales y como decía antes, en la que yacen tantos y tantos tesoros del pasado.

Llegué al ombligo de la luna en marzo de 2010, tras recibir la carta de aceptación de la UV (Universidad Veracruzana), mi primer destino era Xalapa Enríquez, aunque yo me moría de ganas de que me destinaran a las montañas, a la zona indígena. En aquellos momentos la sed de aventura podía más que la preocupación por mi seguridad o las ansias de disfrutar, yo quería ver lo diferente, aquello que  jamás podría encontrar en las calles canarias, ni en las ciudades europeas; me llamaba cualquier lugar o rincón pero tenía que ser distinto, completamente distinto a lo vivido con anterioridad. Me decía, ya estuve en Londres, en Escocia, en España, en Argelia... necesito trópico; me preguntaba "¿cómo vive aquí la gente que no pertenece a las ciudades?". Porque a decir verdad por más diferencias que haya entre las culturas, las ciudades suelen estar dominadas por las mismas prisas y la misma cantidad de coches, humo y ruidos en todas partes. Quizás me equivoque, pero hasta el momento ese es mi pensamiento, desde luego basado en lo que he visto. No he tenido la suerte de encontrar ciudades sin coches, sin ruido y sin humos, aquellos lugares en los que la ausencia de tales cosas era el pan del día a día no se llamaban ciudades, sino explanadas, guetos, campos de refugiados... pero nunca ciudades. Así que yo quería cualquier cosa menos una ciudad, y así fue como llegué a Tequila, un pueblecito en las montañas rodeado por pequeñas colinas, cuya población era al 100% nahuatl. No desconocían el castellano desde luego, pero no lo hablaban, ni tampoco hacían por escucharlo, así que mis relaciones fuera de las instalaciones del proyecto universitario eran muy pocas, muy limitadas a decir verdad, hablaba con algunas compañeras de universidad que dominaban el español y con las personas con las que convivía en un restaurante-enfermería-tienda-pensión-..... en el borde de la carretera que unía Zongolica con Orizaba.

San Juan del Río- Veracuz, por Tirsa Alonso




Hay sueños que se hacen realidad, y son tan tan reales que es difícil hacer creer a los demás que una vez eso que se está viviendo, fue parte de algo soñado.


En su momento simplemente me visualicé en México, no había un lugar concreto, ni tan siquiera sabía cómo había llegado, simplemente usaba los estereotipos y hacía uso de imágenes mentales preconcebidas para alimentar esa ilusión que era visitar la tierra de los toltecas. Cuando leía a Castaneda y viajaba con sus palabras al desierto de Sonora o andaba descalza por las playas de Oaxaca simplemente sentía el país creyéndome ya en él, no era algo separado de mí, ya estaba allí, compartiendo aprendizajes con el maestro antropólogo.

Malinche, hablando a través de la pluma de Laura Esquivel, me contó las historias de la colonización e hizo de guía por las calles de la antigua colonia española. Un sin fin de personajes históricos, sociales y culturales de aquel bello país fueron compañeros de aventuras y expediciones por el antiguo y actual México.

Cuando pisé tierra tras abandonar el aeropuerto del Puerto de Veracruz me sentí de pronto en Macondo;  García Márquez  me había brindado como adelanto a través de su magnífica prosa el mar de sensaciones que aquel país ofrecía, ya no era algo imaginado, ya no se trataba de un lugar ficticio, en ese momento estaba en mi Macondo particular, México. 

Siempre me soñé Diplomada, siempre aventurera, viajera, pero ya se sabe que muchas veces llegamos a la meta con la mente y  las sensaciones y luego, con el tiempo sin saber cómo pues nos encontramos viviendo esas realidades, y así fue que me situé de pronto a las afueras del pueblo de Tequila, en la Sierra de Zongolica, en medio de un cruce de carreteras que conectaba aquella zona de las Grandes Montañas. Desde lo alto del cerro podía ver cada mañana el nevado Pico de Orizaba, y tras agradables paseos entre lo que algunos llaman maleza me adentraba en la Sede universitaria. Corrían las gallinas ante mí, saludando el nuevo día, algunas incluso se atrevían a entrar a las aulas. 

Fui afortunada, a decir verdad, lo sigo siendo. Estudié un semestre de la Licenciatura en Gestión Intercultural para el Desarrollo Rural, con compañeros de diversas comunidades indígenas de la Sierra, algunos de ellos caminaban hasta cuatro horas para llegar a clase, y otras cuatro para regresar a sus casa.

Desde comienzos de Marzo hasta mediados de Junio del 2010. 







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