23.11.13

Experiencias femeninas: Comenzando a hablar

Hace muchos años comencé a escuchar historias de mujeres, experiencias de toda índole. De algún modo generaba la confianza necesaria en ellas para que, sin temor, abrieran sus corazones y expresaran sus alegrías y temores más profundos. Señoras de 17 años, adolescentes de 40, niñas de 60... 

Mujeres jóvenes y mayores, inteligentes; de ojos secos y también otras muchas de miradas luminosas; llenas de esperanza, también de temor. 

Me contaban de  la fuerza femenina, de la rabia, del rencor al hombre, del odio y de crueles deseos hacia ellos. Machismo/hembrismo, Matriarcado/patriarcado, conceptos que se repetían una y otra vez. Se abrían cada vez más y me llegaba, con el tiempo, "la historia, la raíz de tales sentimientos". Pocas lloraban, más bien escondían las lágrimas tras gestos de poder, de fortaleza, también de fingida indiferencia. Llegaban a compartir que les tocaron, les abrieron, las penetraron, que  mataron parte de sí en vida. 

Unas reconocían haberse enamorado de sus violadores; "Era pequeña, creía que estaba jugando, que aquel placer era algo normal, luego me di cuenta de que no..."; "Descubrí que me violaba cuando escuché una conversación de adultos"; "Sentía placer, creí que me amaba, que yo era su niña, su preferida"; "No me gustaba, pero tenía miedo, y cedí"; "Vi un documental sobre abuso sexual, él estaba en el salón a mi lado. Entendí entonces qué era lo que estaba pasando".

Padres, tíos, amigos de la familia, padrastros, personas de paso... 

Con los años esas experiencias se fueron tapando;  algunas lo negaron hasta el  punto de creer que fue producto de su imaginación; otras día a día se esforzaban en  alimentar su odio hacia el masculino; alguna decidió experimentar su sexualidad con mujeres, pues era tal el asco que le producía el sexo masculino, que no se atrevía ni tan siquiera a imaginarse tocada por la mano de ninguno; muchas se lanzaron a la aventura de la experimentación sexual  y escondidos los miedos tras litros de alcohol,  se dejaron llevar por el dominio de sus vaginas, y para demostrarse a sí mismas que nadie las dominaba, follaron hasta tal punto que se cansaron del sexo, que aborrecieron al hombre y acabaron simplemente, llorando escondidas su incapacidad de amar. Otras tantas despreciando su cuerpo y creyéndose nacidas para que otros disfrutaran de su ser, se entregaron gratuitamente a cualquiera que les ofrecía una mínima dosis de cariño. Almas frustradas, mujeres sombis atormentadas por la confusión y el apego al dolor.

Eran niñas, eran sanas, inocentes; por curiosidad, por miedo, por ignorancia e ingenuidad cayeron en la trampa del varón, del macho, del hombre insano. 

Para unas el trauma fue sentir el placer como algo maldito; para otras haberse creído amadas y descubrirse simplemente utilizadas. Para otras la violencia de tales actos; la negación de la ayuda; la ausencia de amor. 

Existen tantas historias como mujeres, cada una lo ha vivido de un modo distinto, cada cual sintió y actuó como supo y pudo. 

Desde los 3 hasta los 10 años; desde los 5 hasta los 8; a los 12; a los 18. Unas niñas y otras no tanto. Unas violentadas otras simplemente manipuladas, engañadas. 

Mujeres de 59 años que aún no saben amar; chicas de 24 que maltratan psicológicamente a sus compañeros sexuales porque les entienden  culpables. Algunas aún lloran lo que ocurrió hace 20 años; otras se burlan de sí mismas y dan pasos agigantados hacia la liberación del dolor; hay quienes se  niegan a creer en sí mismas y fingen amar con locura; también quienes viven sumidas en la culpa y la vergüenza.

Pero hay muchas, cientos, miles de mujeres, que se miran al espejo y dicen "Gracias vida por estas experiencias que me han enseñado a amarme, a valorarme y respetarme", "Gracias a mí misma por haber sido fuerte y valiente y haber derrotado el miedo y el odio", "Gracias , gracias a mí y a quienes están a mi lado por ayudarme a crecer y trascender el pasado".... "Gracias porque estoy viva y tengo el poder y la capacidad de crear mi presente a pesar del miedo y el dolor que aún siento"....



Las mujeres hemos aprendido a callar, a esconder, a negar. Ahora, (algunas desde hace mucho tiempo), hemos aprendido a hablar, a gritar lo que un día fue llanto ahogado, a clamar por nuestros derechos y a actuar desde el respeto y el amor hacia nosotras mismas. 

Ahora bien, hay una parte bien importante en este asunto. Por un lado están las que fueron víctimas, por otro están quienes han sido los prepetradores, los acosadores, abusadores, violadores. Y hay otra parte más que no hemos de olvidar, existe todo un grupo de personas que vivieron tales experiencias también como traumáticas, simplemente por el hecho de ser meras espectadoras (conscientes o inconscientes, pero espectadoras). 

Hay dolor en los corazones de quienes vivieron desde fuera la experiencia y no supieron qué hacer; hay dolor en el alma de quienes negaron la ayuda por miedo, por desconfianza, o simplemente porque quedaron paralizadas de horror y permitieron que ante sus ojos se llevaran a cabo  tales hechos. Ellas también sienten culpa, miedo, rabia...

Hay dolor en quienes entregaron su sexo a hombres enfermos que no querían más que descargar la rabia y la impotencia que sentían fruto de traumas pasados.

Durante mis conversaciones con mujeres de distintos países y procedencia social, se repetía una y otra vez las siguientes preguntas; ¿Qué hay en los corazones y las mentes de quienes se acercan con total libertad a menores y les hace partícipe de sus fantasías más macabras?, ¿quieren quizás sentirse con poder sobre quien de ningún modo puede defenderse ante tales actos?, ¿fueron ellos abusados en su infancia o traumados de algún modo que solo abusando se sienten calmados?. Muchas otras preguntas se han repetido, pero ahora simplemente no es momento para ellas. 

No tengo respuesta para estas preguntas tantas y tantas veces formuladas, no lo sé, y tampoco sé si verdaderamente quiero saberlo. 

Quiero creer, y en cierto sentido mi experiencia personal y profesional me lleva a ello, que el hombre que abusa, que viola, que maltrata,  es un ser dañado, un ser cuyo corazón se está pudriendo lentamente y que sufre sin saber cómo hacer para mejorar su vida. Para mí, son hombres que quisieron amar pero no fueron lo suficientemente valientes como para salirse de sus círculos carentes de amor, ambientes destructivos y  represivos, para encontrar más allá de lo conocido la medicina que podía sanarles. 

No les defiendo, ni justifico, solo digo, que ojalá esta sociedad fuera más sana, que ojalá se amase al ser humano desde el primer momento de su concepción y se le diera todo el amor y la atención que necesita cualquier ser viviente, para que en su proceso de desarrollo aprendiera cómo gestionarse y aprendiera a pedir ayuda cuando la necesite, y a generar amor en lugar de odio y resentimiento.

Ojalá que este mundo poco a poco sea un lugar más sano, que las personas que participamos en la creación de esta realidad nos abramos a reconocer que hay dolor, que hay sufrimiento, ira, rabia, odio, y también necesidad de dar y recibir amor. Ojalá reconozcamos pronto que solo amando cambiará el mundo. Una persona se ama más fácilmente cuando desde pequeña ha recibido amor, y solo podremos dar amor a las siguientes generaciones si cultivamos  ese amor en nosotras mismas. No es fácil, pero es posible.

No hablo de un amor ideal, de una flipada universal inalcanzable. Hablo de sentirnos a nostras mismas, hombres y mujeres, ¡¡¡Personas!!!!, de reconocer en nosotras dónde hay dolor, dónde hay carencias, dónde no hay nada. Comencemos a prestarnos atención y a curar nuestras heridas, pidiendo ayuda si es necesario, mirándonos al espejo si no lo fuera. 

Hablar en voz alta lo que nos perturba, lo que nos quita el sueño o nos impide sentir el placer de vivir, 
el placer de compartir sanamente nuestras vidas.

No mata el que ama, no viola el que se siente pleno y dichoso, no maltrata quien ama la vida. 

Es horroroso vivir en silencio el dolor de un corazón destrozado por el miedo. Pero el miedo se va una vez comenzamos a verbalizar nuestra experiencia. Quizás no quieras contarla a nadie, quizás simplemente un papel y un lápiz sean tus mejores amigas/os. Quizás simplemente hablarte a ti misma/o, reconocerte y permitirte llorar, gritar, o tan solo, hablar. 

Un cuarto oscuro, una suave melodía y una cálida cama pueden ser las herramientas tan necesarias para permitirnos hablar, sanar, soltar, y con ello crecer.

Agradezco profundamente todas esas historias de vida, de decenas de mujeres que se abrieron ante mí, y de aquel único hombre cuya historia conozco. Todas ustedes alimentaron mi vida dotándome de herramientas para seguir creciendo y mejorando mi existencia. Porque del dolor también se sacan bellos aprendizajes. 

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