5.2.18

Palabras

Hace más de diez años deambulaba por las calles de Arrecife con mi amiga Dafne, éramos dos locas adolescentes deseosas de evadirnos de la realidad de la manera más sana que muchos ni pueden imaginar, lo nuestro era bailar y reír, y entre risas y bailes caían algunas copas, pero poco era lo que hacía el alcohol en nuestras mentes ya embriagadas por la dureza que nos rodeaba. 

Algo que nos ayudaba a trascender nuestra realidad cotidiana y seguir adelante era conocer gente nueva, nos divertía hablar con todo el mundo y lanzarnos a cualquier aventura que se nos propusiera, juntas, siempre juntas. 

Aquel fin de año, tras una cena casi surrealista en casa de unos amigos de mi madre decidimos celebrar lo que quedaba de año a nuestra manera, salimos a la calle, y pulgar en alto llegamos a la capital conejera. Callejeando y entre risas dimos con unas peninsulares algo despistadas, habían celebrado la partida del año con una hora de antelación y buscaban dónde despedir el año canario ... Arrecife estaba desierta, aún quedaba una hora para que las discotecas se inundaran con el gentío. 

De aquel encuentro repentino surgió el cariño hacia aquellas tres mujeres, tres hermosas almas, madre e hijas, que nos acompañaron hasta mi casa para escuchar las campanadas. De aquella noche no recuerdo mucho más, porque después de las risas y las campanadas hizo presencia el alcohol, bendita adolescencia, y digo bendita porque siempre nos creí bendecidas a Dafne y a mí por alguna mano protectora, de esas que no se ven pero que se sabe que están. 

Lo lindo de la noche, lo mágico, fueron aquellas tres mujeres que aparecieron de la nada y reorientaron nuestra aventura hacia algo más sano y seguro, pararon un poco nuestros pies sin saberlo y nos dieron la compañía que nuestros corazones anhelaban, creo que por eso siempre he sentido agradecimiento, porque eramos tan inconscientes que cualquier cosa nos podía haber pasado, no esa noche, sino cualquiera de las noches en las que nos lanzábamos a la aventura del mal vino y el auto-stop. Vivimos nuestra vida como nos apeteció, sí, pero no hay que negar que nos salvamos de muchas, por estar juntas en todo momento, y porque algo superior a nosotras nos guiaba de algún modo, y se dieron las sincronías necesarias para siempre salir airosas. 

Y escribo todo esto, para presentar a una de aquellas tres mujeres, que de alguna manera ha estado presente a lo largo de los años, cada Navidad, cada Noche Vieja, con los mensajes típicos de las fechas, y en algún que otro momento compartiendo otras experiencias.  Recuerdo que la primera vez que vi nevar fue estando a su lado, en Madrid, y que de no ser por ella habría pensado que lo que caía sobre mis hombros eran trocitos de papel... así me pareció la nieve aquella primera vez. 

Lucía Álvarez, actriz, creadora, una mujer que desde la distancia deja notar su fuerza, su perseverancia y su pasión. 

A continuación les dejo unas palabras; como le comentaba esta mañana, palabras necesarias de ser pronunciadas, y también escuchadas. Creo que al mundo le falta que todas nos atrevamos a pronunciar ciertas verdades, y que dejemos de tapar, de sepultar lo que nos apasiona, que soltemos amarras y nos lancemos a la expresión de nuestro ser, ya sea a través de las palabras de otros o de las nuestras propias, pero que nos expresemos, sin más.



Reflexionaba; como un encuentro fortuito... puede cambiar el rumbo de unas vidas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si te apetece puedes dejar aquí tus comentarios. Gracias.

Cuentos por la diversidad

¡Cuántas ganas tenía de poder contarlo! Hace tiempo que comencé a magullar una idea, llevo meses buscando entre libros y en los archivos de ...